Odisea en bus
La historia empieza al salir de la universidad, a eso de las 21:00. Como ha estado nevando casi todo el día, Sara no ha cogido el coche, y ahora tiene que volver en autobús. El 44, en concreto, el que tiene la frecuencia más larga con diferencia de los cinco que pasan por el campus. Las 21:30, ya han pasado por lo menos 4 de la línea 20, 6 de la 23 y otros tantos de la 42. ¿De la 44? Ninguno. Sara comenta con una chica que espera el mismo que a una mala pueden coger el 23, aunque da más vuelta y encima luego hay que andar un trozo. Después de 25 minutos deciden coger el 23. Sara advierte: seguro que si lo cogemos, al momento llegará el 44, la ley de Murphy... Y ¿sabéis que? Por una vez en su vida acierta. Suben al 23, se sientan y ven llegar al 44. ¿Puede abrirnos?, exclama la otra chica. El conductor la mira por el retrovisor con cara de pocos amigos. ¿Puede abrirnos? A la segunda abre la puerta, pero ya es demasiado tarde, el 44 no parece tener intención de parar. Las dos corren detrás de él, es casi seguro que las ha visto. Pero sigue adelante. Ahora sólo faltaría que se fuera también el 23... dice Sara. ¿Para qué abrirá la boca? Cuando las dos se dirigen de nuevo al 23, de frente, el conductor cierra las puertas, arranqua y se marcha por donde ellas venían. ¡¡Vaya mierda!! Menos mal que para entonces ya había llegado otro 23, pero a saber cuándo le tocaba salir... Suben, y comentan que si por casualidad vuelven a ver otro 44, ya no piensan bajar, no vaya a ser que vuelvan a escaparse otros dos autobuses. ¡Tres de tres! Otro 44. Pero ya lo dejan pasar. Sobre las 21:50 el 23 arranca, a las 22:05 Sara llega a su parada y a las 22:15 entra por la puerta de casa. Si no hubiese nevado hoy, Sara habría llegado a las 21:20. ¿De quién es la culpa? Sara no lo sabe, pero no puede evitar sentirse furiosa con los dos autobuseros que no las esperaron en un día como éste.