< Niebla >
Sobre ellos se recorta la silueta de una niña. No es una imagen fugaz. Se trata de algo sólido: de una niña que ha sacado su muñeca de una caja, la ha movido ahuecándole las ropas acartonadas, la ha peinado y, luego, se ha puesto aquí, en algunos momentos, a ver la fiesta de la muerte y, en otros, a pensar en ella misma, en ella sola, que sabe que está tan sola como el mundo y su muñeca, en donde ahora vibra un pequeño corazón.
-¿Quién eres?, pregunta L.
La niña no responde. Su silencio tiene cuerpo y flota alrededor. Su silencio es niebla que amortigua todo con su tejido de encaje.
L. observa a la niña que se entretiene quitándole la ropa a la muñeca. La extiende sobre sus rodillas y, luego, se la vuelve a poner. Finge una rígida concentración para evitar la presencia de L. Una aureola fría emana de esa concentración y L. opta por marcharse.
Faltan unos escalones para llegar al velatorio. L. casi no puede respirar porque el corazón se agolpa por el temor del encuentro. Mira hacia abajo y ve, primero, a la niña, perfilada sobre las líneas duras de la escalera. Mira su cabeza, sus brazos que se mueven como alas, sus manos que rodean al pequeño ser de cartón. Huele a lluvia, sí, ¿o es incienso?
...
L. se cierra el abrigo y, concentrada en el aire húmedo, en la blanca mañana, se convierte ella misma en una mancha blanca. No ha visto la silueta de la niña que, oblicuamente a su dirección, se dirige hacia el bosque de cipreses. Arrastra los pies sobre la hierba gris. Su muñeca, lo mismo que ella, tiene las ropas hechas jirones y los cabellos apelmazados. Se pierde entre los árboles, mientras vibran sus pasos con un ruido de madera.
Desde arriba, por encima de las nubes, puede verse cómo la niña, la muñeca y L. van a confluir en algún sitio, hace muchos años, es decir, mañana.
-¿Quién eres?, pregunta L.
La niña no responde. Su silencio tiene cuerpo y flota alrededor. Su silencio es niebla que amortigua todo con su tejido de encaje.
L. observa a la niña que se entretiene quitándole la ropa a la muñeca. La extiende sobre sus rodillas y, luego, se la vuelve a poner. Finge una rígida concentración para evitar la presencia de L. Una aureola fría emana de esa concentración y L. opta por marcharse.
Faltan unos escalones para llegar al velatorio. L. casi no puede respirar porque el corazón se agolpa por el temor del encuentro. Mira hacia abajo y ve, primero, a la niña, perfilada sobre las líneas duras de la escalera. Mira su cabeza, sus brazos que se mueven como alas, sus manos que rodean al pequeño ser de cartón. Huele a lluvia, sí, ¿o es incienso?
...
L. se cierra el abrigo y, concentrada en el aire húmedo, en la blanca mañana, se convierte ella misma en una mancha blanca. No ha visto la silueta de la niña que, oblicuamente a su dirección, se dirige hacia el bosque de cipreses. Arrastra los pies sobre la hierba gris. Su muñeca, lo mismo que ella, tiene las ropas hechas jirones y los cabellos apelmazados. Se pierde entre los árboles, mientras vibran sus pasos con un ruido de madera.
Desde arriba, por encima de las nubes, puede verse cómo la niña, la muñeca y L. van a confluir en algún sitio, hace muchos años, es decir, mañana.
7 comentarios
* SaRa * -
kiio1 -
Un saludo y muchas grácias
Marta -
* SaRa * -
Marta -
Ya te enlacé, chiquilla! Bienvenida a los mundos de Sara!!
Besitos guapa
Dragonfly -
yka -
besicos!!