< La grieta II >
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Los pensamientos de Sombra y de Nadie no se presentan como un hilo continuo, casi no existen linealmente: son nudos de terror y no se deshacen jamás. Su sabiduría sobre la terrible relación con los humanos les viene de lejos, de antepasados muertos a pedradas, empalados, quemados vivos. De poco les sirve saber que, también entre ellos, entre los humanos, según les contó Desgri, ocurría lo mismo. No quieren saberlo. Al contrario: el nudo terrible aún les aprieta más, hasta ahogarlos, hasta convertirlos en una piedra que no reacciona a nada, pero eso sí, una piedra en movimiento, dice Nadie, para huir.
Y, sin embargo, es difícil huir de los disparos y, a veces, incluso capturan a un par de perros en las fiestas, para diversión. Si están atados, mejor, porque se les puede apedrear hasta matarlos o se les puede reventar las entrañas con cohetes. Son borrachos, dice Desgri, encaramado en el bosque de olivos, sin atreverse a intervenir para defender a Colmillos, que murió, después de una noche de tormento a manos de unos que, lo mismo que destrozaron a Colmillos, podrían haberse matado entre ellos o, tal vez, a una mujer.
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Blanco está arriba, en la colina. También ha venteado la fiesta. Ha oído los gritos de los humanos y los teme. Gritos y carcajadas, no es alegría, dice Blanco desde su estabilidad de perro sentado ahora como una esfinge. El frío seco, el brillo de las estrellas, el aroma de la tierra que él instintivamente no deja de olfatear, lo acompañan. ¿Qué alegría, piensa, puede haber en esos monstruos que ríen, mientras despedazan a un animal, y por qué no, a otra persona?; ¿o que son capaces de tumbar un hermoso árbol sólo por capricho?
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Los pensamientos de Sombra y de Nadie no se presentan como un hilo continuo, casi no existen linealmente: son nudos de terror y no se deshacen jamás. Su sabiduría sobre la terrible relación con los humanos les viene de lejos, de antepasados muertos a pedradas, empalados, quemados vivos. De poco les sirve saber que, también entre ellos, entre los humanos, según les contó Desgri, ocurría lo mismo. No quieren saberlo. Al contrario: el nudo terrible aún les aprieta más, hasta ahogarlos, hasta convertirlos en una piedra que no reacciona a nada, pero eso sí, una piedra en movimiento, dice Nadie, para huir.
Y, sin embargo, es difícil huir de los disparos y, a veces, incluso capturan a un par de perros en las fiestas, para diversión. Si están atados, mejor, porque se les puede apedrear hasta matarlos o se les puede reventar las entrañas con cohetes. Son borrachos, dice Desgri, encaramado en el bosque de olivos, sin atreverse a intervenir para defender a Colmillos, que murió, después de una noche de tormento a manos de unos que, lo mismo que destrozaron a Colmillos, podrían haberse matado entre ellos o, tal vez, a una mujer.
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Blanco está arriba, en la colina. También ha venteado la fiesta. Ha oído los gritos de los humanos y los teme. Gritos y carcajadas, no es alegría, dice Blanco desde su estabilidad de perro sentado ahora como una esfinge. El frío seco, el brillo de las estrellas, el aroma de la tierra que él instintivamente no deja de olfatear, lo acompañan. ¿Qué alegría, piensa, puede haber en esos monstruos que ríen, mientras despedazan a un animal, y por qué no, a otra persona?; ¿o que son capaces de tumbar un hermoso árbol sólo por capricho?
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8 comentarios
Marta -
* SaRa * -
Marta -
Besicos!
* SaRa * -
Patch -
No obstante, bien por tí, porque es literatura de la buena :)
* SaRa * -
* SaRa * -
Marta -
Voy a leerme la otra parte.