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mi propia perspectiva

< Una mañana en la playa >

< Una mañana en la playa > ...

La niña ha subido medio tronco. Seppel está abajo, nervioso, ladrando, y, a cada ladrido, salta. Parece enfadado, porque las orejas, el flequillo, los bigotes, están caídos y se mueven rígidamente. Le dice a la niña:
- No me dejes solo.
Pero la niña quiere subir hasta arriba, quiere sorprender a la madre y le grita más y más para que ella, al fin, se vuelva a mirarla. Es un instante: le hace una seña con el brazo para que baje del árbol, mueve la cabeza reconviniéndola, pero no viene a su lado, no trepa también como ella, ni siente el roce del riesgo ni la emoción de hacer algo inútil, -como todo- pero hermoso.

La cabeza de la madre ha vuelto a recostarse en la toalla púrpura y la niña está al lado de Seppel, sentada en la base del árbol, esperando que alguien admire su proeza. Pero nadie, tampoco el padre que regresa ahora de su paseo, tiene interés en algo tan prodigioso como que una niña trepe a un árbol torcido en una mañana azul.
La madre se ha incorporado y le hace señas para que venga y recoga sus cosas. Es la hora de volver. La niña y el perro se acercan despacio. Quedan sus huellas profundamente marcadas en la arena. Acaso Seppel se distrae olfateando un leve rastro.

La niña se sienta al borde del mar, con los pies bañados por las olas, con los hombros y la cabeza caídos, sin hablar. Está triste y, cuando el padre le dice algo o la madre la llama para cambiarle el bañador, dice no, moviendo todo el cuerpo, bajando aún más la cabeza, con la barbilla hundida en el pecho. Seppel le lame los pies y mira a los padres y vuelve a lamer como si dijera:
- ¿Por qué no la habéis mirado cuando trepaba?

La madre la envuelve en la toalla roja, la coge en brazos, da vueltas, ríe y la acuna, la besa, y la niña vuelve, poco a poco, a sonreír. No ha ocurrido nada. Sólo tristeza, una mirada recelosa, el peso de la mañana, que han hundido los pies en la arena. Nada. Pero algo simple y portentoso se ha perdido.
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